Mockups

Guillermo Santomà 

18 de junio de 2022

 Azotea de Diego de León 59 (Madrid)

Diseño gráfico: Jaime del Corro

Texto de Azotea: Maite Borjabad

Fotografías: Edrien Guillermo

Gracias por su colaboración a: Pablo Torrent Huete, Jesús Carmona, Lluís Santina, Carles Pinyol y Linda drinks

 

 

 

La maqueta es representación de lo que será, pero también de lo que no será. Es el espacio de la representación, pero es también espacio de la imaginación. Si hay algo que estabiliza la significación y la capacidad representativa de la maqueta es su escala. ¿Pero, que pasa cuando la escala se desactiva al colapsar la maqueta, con un nuevo contexto, la escala perceptual de la ciudad, la ciudad a lo lejos?

Desde arriba, desde la azotea, el dinamismo indescifrable propio de la ciudad se pone en pausa, o al menos se ralentiza y nos permite mirar y ver la ciudad desde una imagen condensante. Edificios, calles, aceras, vías, colores, fachadas, luces, señales, árboles, personas, coches, aparecen ensambladas, apretujadas y modeladas, cuerpo con cuerpo, vidrio contra vidrio, pared con pared; produciendo eso que es la ciudad y que desde abajo apenas se puede ver todo junto, todo a la vez. Así ensambladas, apretujadas, una junto a la otra imaginamos las maquetas. Maquetas, algunas de lugares lejanos, otras de lugares cercanos, otras de lugares imaginarios que nunca llegaron a ser. Colapsando tiempos y espacios. Una al lado de la otra y al lado de la cornisa misma, y entre dos unidades de aire acondicionado una acá y otra más allá y junto a una chimenea y otro edificio que esta detrás, y quizás sobresale el mamotreto inconfundible del Hospital de la Princesa, y quizás la gigantesca señal de Iberia que corona Avenida de América, y una infinidad de “y” porque desde arriba la imagen de la ciudad es infinita y sus composiciones potenciales también.

Desde arriba los horizontes de la ciudad se multiplican hasta confundirse y la yuxtaposición permite leer escenarios infinitos. Y las maquetas, como ensamblajes y desensamblajes que son, desarmadas y vueltas a poner se reconfiguran, se resignifican en lo que se despojan de su escala identitaria. Y de repente, pedazos de cartón, un trozo de arcilla, fragmentos de cartulina, metacrilato naranja fosforito, papel e hilos arrebujados construyen al mismo nivel y con la misma dignidad, que los ladrillos infinitos rojos, los muros cortina abusivos de lo corporativo y el hormigón gris que se vació sin límites sobre Madrid. Y de repente, miras y una fábrica tiene el mismo tamaño que una cabaña, la escala ya no existe. Y la mítica Macarrona de Fernando Higueras ya no está rodeada de verde y bosque, sino que tiene vecinas y sus voladizos cubren palmeras.

Jean-Luc Nancy decía en “La ciudad a lo lejos” que todos somos urbanistas sin empleo y todos poseemos urbanidades sin perfil. Y que deambular, que es algo que tiene mucho de paseo, de shopping, de visita, de extravío, de cruising, de callejeo era una manera de darle una oportunidad a la ciudad, la oportunidad y el riesgo de la insignificancia. Algo así como estar y pensar más allá de las intenciones, anhelos y voluntades arquitectónicas. Estar en la posibilidad de leer simultáneamente espacios dispares. Sin pensarlo demasiado, queremos deambular, deambular desde arriba y reconstruir lugares potenciales desde la mezcolanza y la improvisación.

Maite Borjabad