Ángulo muerto

Ana de Fontecha

16 de febrero - 25 de marzo de 2023

Twin Gallery (Madrid)

Fotografía: Mismo Visitante

 

 

Toda arquitectura es un canal narrativo. «Los lugares son como las tabletas de cera en las que escribimos; las imágenes son como las letras que trazamos en ellas» (Cicerón).

Toda arquitectura persigue el espacio, un espacio que se sustrae del general de la atmósfera terrestre, que se encierra entre cuatro muros, un suelo y un techo porque solamente así, solamente confinando un determinado volumen podemos modificar las características físicas del aire y de la luz. «El objeto de la arquitectura es el espacio» (Philippe Rahm).

Además de proporcionarnos refugio, durante mucho tiempo, la piedra, los muros macizos, fueron el único lugar donde dejar registro de la memoria humana. Una manera de recordar para luego poder transmitir. El cerebro tiene una capacidad natural para recordar imágenes y para prestar más atención a los sucesos poco comunes o extraordinarios. Este arte de la memoria para conservar el conocimiento fue una de las grandes enseñanzas que nos dejaron los clásicos, que utilizaban la arquitectura como truco mnemotécnico: un lugar físico en el que imprimir imágenes mentales.

Esto lo hacían no solo a través de decoraciones o frescos que adornaban sus paredes, sino que, sirviéndose de la propia arquitectura, el edificio mismo era la memoria de su técnica constructiva, y también de la historia y de la sociedad que la había engendrado, relatando —y delatando— su manual de construcción. Los triglifos, metopas y fustes acanalados de la arquitectura clásica convertían en noble y duradera piedra las formas tradicionales de las primigenias estructuras de madera de la sencilla construcción adintelada.

En la primera intervención que planteamos en Twin Gallery, Paula García-Masedo y Andrea Rodríguez, hace ya seis años, idearon una acción sobre la piel de la arquitectura de la galería, evidenciando así la manera en que las modificaciones superficiales que nos rodean generan tensiones en la convención de los usos establecidos, y cómo nos vinculan sentimentalmente con nuestras historias personales y como colectividad. Del mismo modo que los mosaicos, telas y frescos clásicos, que decoraban superficialmente las paredes, eran los encargados de preservar la memoria, el gotelé que cubrió las paredes de la galería era un recuerdo de nuestra propia arquitectura reciente, así como una metáfora estética de la urgencia de la construcción acelerada del desarrollismo.

Para nuestra siguiente intervención en esta galería, creíamos necesario dar un paso hacia atrás y fijarnos no tanto en el acabado, sino en el espacio que lo facilita, no tanto en la materia como en el vacío que genera. Tomar conciencia del volumen que resulta de la posición relativa de los planos que definen una geometría, que es, realmente, la verdadera acción arquitectónica.

Inevitablemente los espacios construidos van acumulando todos los hechos y acontecimientos a los que dan lugar, que quedan adheridos a lo material, a lo físico, a lo estructural. Como una finísima película de grasa, lo sucedido penetra en lo construido y lo connota. Un almacén de acontecimientos que, a través de los volúmenes y la geometría, dislocan la percepción arquitectónica para trasladar el foco de atención a memorias personales e historias colectivas que, a menudo, pasan desapercibidas.

La instalación que conforma Ángulo muerto, Ana de Fontecha (Madrid, 1990), opera esencialmente a través de canales mnemotécnicos, donde los elementos arquitectónicos que convoca —frágiles, incompletos y distorsionados— permiten conservar la memoria, en alguna de las múltiples caras que la realidad presenta, siempre atravesada por malentendidos y prejuicios con los que, a menudo, enfrentamos los hechos.

Ana vive actualmente en los Países Bajos. Desde la distancia, se conecta con su ciudad natal a través de los canales que le permite la tecnología. Con Google Maps recorre las calles de Madrid y su pasado reciente. El pasado lejano le llega a través de noticias o documentos subidos a internet.

Localiza la documentación de un sumario judicial de 1883 y una crónica periodística de la época sobre el asesinato de una mujer a manos de su marido, ocurrido en la misma calle donde hoy se ubica la galería. Aquel texto, además de narrar el suceso, describe con precisa singularidad los espacios:

"Tiene cuatro pisos y boardillas (sic), para llegar a los cuales hay que subir ochenta escalones, distribuidos en ocho tramos iguales. A la terminación del primer tramo está el piso principal, compuesto de tres habitaciones, derecha, izquierda y centro. En este vivía doña Carolina Martínez con sus hijos y una tía, doña Aurora Benavides. La puerta del centro está en un pequeño corredor y las tres puertas del piso dan a una meseta bastante reducida, con luces a un patiecillo, en toda la extensión del hueco que dejan las pilastras de construcción. La escalera tiene diez escalones de un metro de ancho y a la izquierda corre en toda su extensión un pasamanos de hierro".

Un relato del espacio para situarnos en el lugar e imaginar los hechos. Una descripción concreta y estricta del vacío espacial, de sus formas geométricas, que sirve de imagen mental para recrear lo sucedido, de tal manera que al ampliar los detalles seamos capaces de conservar la memoria y transmitirla.

La instalación de Ana de Fontecha pretende actuar como un juego de espejos invertidos que invoca en su interior, de manera fragmentaria, el lugar de los hechos, visible a través de la ventana cuando la galería permanece cerrada e invisible cuando está abierta al público.

Partiendo del concepto del ángulo muerto —área del campo visual que queda fuera de la vista—, este proyecto crece en la idea de traer al centro aquello que existe pero que no es perceptible, y en cambio enviar a un punto ciego aquello de lo que sí somos conscientes. Conseguir detener delante de nuestros ojos ese punto del contexto inmediato que no distinguimos durante el movimiento pero que puede hacerse evidente a través de un desplazamiento que termine en colisión.

Desde la estrecha ventana que da a la calle, la instalación se plantea como un desván de estas historias, haciendo funcionar esta estructura como una cámara que proyecta en su interior lo que sucedió aquel día, trayendo al presente lo que sucedió en el pasado.

La galería presenta de esta manera una modificación radical del espacio, un bloque triangular la invade y no deja ver el interior desde fuera. Solo encontrando la pequeña puerta disimulada, el espectador accede a ver y a entrar en el almacén casi vacío que recoge algunos de los fragmentos de aquella historia.

Un trabajo que se sirve de materiales construidos con historias ajenas, como los tableros de DM, que se obtienen descomponiendo residuos de trozos de madera inservibles, serrín, virutas y aglutinándolos con resina sintética. Elementos en los que la sobrecarga fáctica y simbólica del pasado y de sus componentes descompuestos y vueltos a componer se aplana (literalmente) con un ascetismo formal redundante, empeñado en deshacer las formas para generar nuevos espacios de pensamiento.

Ángulo muerto es el segundo asalto que llevamos a cabo por invitación de Twin Gallery para intervenir su espacio. El primero fue Gotelé (2017). Si en ese primer asalto nos centramos en los contornos de la arquitectura y su potencialidad como dispositivo crítico, histórico e ideológico, en este caso apelamos a su carácter mnemotécnico, sumarial y untuoso.

Ambos casos vienen a ser ejercicios de experimentación curatorial que tratan de entablar un diálogo con artistas que, desde posicionamientos diversos, se sirven de la arquitectura y de las estrategias espaciales como materia prima destacada en su práctica y que igualmente desarrollamos, de manera expandida, en la exposición Poured architecture: Sergio Prego on Miguel Fisac (Graham Foundation, Chicago, 2020) y en algunos de los libros que editamos en Caniche.

 

Febrero 2023

 

 

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