L´almud de cadascú

L´almud de cadascú

Centre de Documentació de La Panera (Lleida)

13 de marzo a 6 de junio de 2021

Comisariado por Anna Roigé

Imágenes de Jordi V. Pou

 

 

EL ALMUD DE CADA UNO

 

Una de las mayores preocupaciones que ha movido siempre nuestro proyecto ha sido la de superar la cultura de lo desechable y del consumo rápido, estableciendo estrategias de reutilización, flexibilización, dotación de nuevos usos, etc. Esto lo hemos valorado particularmente en lo que se refiere al desarrollo de las ciudades y también de la arquitectura. La Panera es un ejemplo muy apropiado ya que la arquitectura medieval sobre la que se asienta ha tenido distintas utilidades a lo largo de su historia. La primera función de ese inmueble fue la de almudí, lonja de contratación de la ciudad y epicentro de todo tipo de transacciones.

El término almudí (o almodí), ya utilizado por los árabes, procede de una palabra en latín, modius, que era una medida romana de áridos y cereales. Este término a su vez dio origen a almud (del árabe al-mudd) que podía ser tanto medida de áridos como impuesto municipal o espacio de tierra en que cabía un modio o

almud de sembradura. Como unidad de medida fue exportada a América, donde el almud constituye una unidad para granos con forma de cajón de madera. En esas latitudes, el almud ha tenido un uso lúdico entre niñas y niños campesinos, que lo emplean como banquito o, boca abajo, para ejecutar un baile denominado precisamente almudes.

Por la singularidad de cada uno de los lugares, la cabida del almud variaba entre unas regiones y otras, incluso entre unas fincas y otras de la misma zona. En definitiva, cada territorio, incluso cada finca, podía tener su propio almud, adaptado a sus necesidades y conveniencias. Fue durante el reinado de Isabel II cuando en España se quiso poner fin a todos estos particularismos y se adoptó por decreto el sistema métrico decimal, que sería obligatorio a partir de la segunda mitad del siglo XIX pese a las muchas reticencias que generó. Se buscaba la estandarización, la eficiencia y la seguridad.

La lógica estandarizadora no ha sido exclusiva de las unidades de medida. También los libros se han visto sometidos a ella y cada editorial, para ahorrar costes y buscar una identificación más fácil de sus productos, genera estrategias de uniformización en cuanto a tamaño, imagen, diseño...

En Caniche hemos tratado de esquivar esas lógicas. Siempre hemos concebido el libro como una arquitectura que genera un espacio dispuesto a ser utilizado por el artista o el autor con el que en cada momento hemos trabajado. Por eso, es difícil encontrar en nuestro catálogo dos libros iguales. Cada proyecto surge de una necesidad específica y responde a condicionantes particulares: hay libros envueltos en gotelé como si fueran las paredes de una vivienda de la época desarrollista; hay libros que son espejos en los que el lector se refleja; libros que son el atlas completo de un artista que únicamente se comunica con el mundo a través de sus mapas; un diario en el que una artista narra la gestación de su hija y cómo a través del bordado encontró en el mundo del arte, narrativas vitales que se mezclan con el oficio del artista; las fracturas derivadas de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York; apuntes del trabajo en las dehesas; libros que dan la vuelta a la cámara de los fotógrafos que documentan el arte contemporáneo para indagar en su mirada y su manera de mostrarnos la obra de los otros; hay cháchara y días que pasan lentamente durante todas sus horas; libros que dibujan maravillosas palabras de otros, que juguetean con los fantasmas y las ausencias, que nos cuentan nuestra historia a través de la ingeniería y las infraestructuras que nos sostienen, que metamorfosean a su autor con un coleccionista de hace más de un siglo, que nos hablan del movimiento en el espacio y del espacio relativo, libros que nos permiten construir maquetas de casas a miles de kilómetros de distancia…

En esta exposición aparecen colgados diecinueve almudes de madera (donde se acomodan diecinueve de nuestros libros), más uno a la espera de ser ocupado por el siguiente libro, en este caso, de David Bestué. Cada uno de los almudes tiene una medida ajustada en su ancho y a la mitad de su altura, para que los libros puedan verse y consultarse.

Nos acogemos a las palabras de Isidoro Valcárcel Medina, artista con el que estamos preparando un futuro libro: «Se acostumbra a decir que la cultura se conserva en las bibliotecas, en forma de libros. El problema suele surgir cuando se advierte que estos libros son transmisiones superficiales que carecen de volumen (razón por la cual se les llama con frecuencia volúmenes). No es posible dejar de cuestionarse por qué se les dan medidas y formatos preestablecidos. Si los libros, las estanterías que los contienen y, por extensión, las bibliotecas mismas responden a cánones físicos es porque no hay intención de sobrepasar el aspecto externo de la cultura. Indudablemente, el contenido de un libro no está pensado para que encaje en una medida estándar; cuando se le da esta, se está cediendo al interés limitador de la cultura».