La ciudad de madera contrachapada, de Iker Gil
Es lunes 25 de mayo, fiesta en EE. UU. por ser el Memorial Day Weekend, un fin de semana largo en el que se honra a los militares caídos y que marca el inicio no oficial del verano. Ese día, George Floyd es arrestado por haber usado presuntamente un billete falso de veinte dólares para pagar en una tienda de Minneapolis. Ya esposado y en el suelo bocabajo, uno de los policías involucrados en el arresto, Derek Chauvin, presiona su rodilla contra el cuello de George Floyd durante cerca de nueve minutos, matándolo por asfixia. Unos días más tarde, los forenses confirmarían que se trató de un homicidio. Era el último caso de una larga lista de muertes de personas de raza negra a manos de la policía haciendo un uso excesivo de la fuerza de una forma completamente injustificada. Pero no hubo que esperar a la confirmación oficial de los forenses para que las protestas por esta muerte comenzaran. Al día siguiente de la muerte de George Floyd, y tras la publicación del vídeo del homicidio, las protestas empezaron en Minneapolis y se fueron extendiendo rápidamente por todo el país. Unas protestas en contra del racismo estructural que continúa azotando EE. UU. y que el gobierno de Trump se encargó de alentar durante su mandato. Todo ello ha ido profundizando las grandes desigualdades sociales y económicas del país, y todo ello está presente en las protestas.
El sábado 30 de mayo por la tarde, las protestas que habían empezado la noche anterior en Chicago tomaron el Loop, el barrio del centro de la ciudad. Los manifestantes se toparon con un despliegue de la policía que recordaba al de 1968 durante la celebración de la convención demócrata en la ciudad y que ha pasado tristemente a la historia por su violencia contra los manifestantes. En este caso, las protestas tomaron un cariz similar y acabaron con cargas policiales, más de mil personas arrestadas, coches quemados, escaparates destrozados, saqueos, toque de queda, cortes de los accesos viarios al centro de la ciudad y suspensión parcial del servicio de transporte público (autobuses y metro) de un área de unos 25 kilómetros cuadrados. Los puentes históricos sobre río que tanto se usan como imagen turística de la ciudad se levantaron esa misma tarde y permanecieron así durante varios días (las 24 horas del día) para evitar el flujo de personas de un área a otra de la ciudad. El río se convirtió en una especie de foso a escala urbana, con el ininterrumpido sonido de las sirenas de seguridad que anunciaban que los puentes estaban levantados. Básicamente, el centro neurálgico de toda la ciudad era accesible únicamente por un puente. Un hecho insólito para limitar la libre movilidad de personas en la ciudad.
El martes 2 de junio, entre las 16 y 17:30 de la tarde, decidí acceder al centro de la ciudad en bicicleta antes del toque de queda diario. Quería ver el Loop en esta situación tan extraña pero también histórica. Lo que me encontré fue una ciudad carente de vida, definida por ventanas cubiertas de madera contrachapada. Todos los paneles estaban recién instalados, inmaculados, todos del mismo color y sin ninguna pintada. Algunos negocios los habían colocado para cubrir los desperfectos de las protestas de los días anteriores pero la mayor parte lo hizo de una forma preventiva ante las posibles protestas previstas para los días siguientes. En la calle no había absolutamente nadie, ni una persona en las aceras, ningún coche en la calzada. Una situación completamente surrealista al ser un día entre semana a media tarde, algo más cercano a una escena de Abre los ojos o a un decorado a la espera de los actores, que a una ciudad de 2,7 millones de habitantes. Si ver la madera contrachapada era extraño, poder circular en bicicleta (y pararte) en cualquier carril de la carretera, incluso en dirección contraria, sin cruzarte con nada ni con nadie, lo era aún más. Sin pensarlo, decidí sacar mi teléfono y empezar a fotografiar las fachadas de los edificios con las maderas contrachapadas. Un edificio detrás de otro, con geometrías de madera que telegrafiaban la arquitectura que protegían. Edificios de todas las épocas, históricos y banales, conectados por un mismo material. Una situación que sabía que iba a ser así poco tiempo, antes de que los paneles se llenaran de pintadas y la gente volviera poco a poco al centro tras la derogación de las restricciones de movilidad y la bajada de los puentes.
Estos momentos históricos y las respuestas que desde los ayuntamientos se dan a ellos nos hacen reflexionar acerca de las ciudades que construimos, con sus aciertos y sus defectos, y de para quién las construimos. La ciudad de madera contrachapada de esos días de principios de junio fue el reflejo particular de una condición estructural que continúa muy presente en EE. UU. y que hay que seguir trabajando para atajar.
Iker Gil es arquitecto y director de MAS Studio, una oficina de arquitectura y diseño urbano con sede en Chicago. Es igualmente redactor jefe de la revista MAS Context y editor del libro Shanghai Transforming (ACTAR, 2008). Ha sido comisario de exposiciones para la Bienal de Arquitectura de Chicago y el pabellón estadounidense de la Bienal de Arquitectura de Venecia. Es director ejecutivo de SOM Foundation.